Libro "De Fiesta"

"De Fiesta"
Raúl Ortega


 
 
  

 Este libro nos habló de la historia que vivió en carne propia Raúl Ortega al momento de intentar fotografiar en el estado de Chiapas de la ciudad de México, contándonos los momentos muy difíciles que tuvo que pasar, al principio le fue imposible tomar fotografías, no se lo permitían e incluso muchas veces no le permiten ser partícipe de nada, ni haciendo acto de presencia, pasaron muchas cosas por su mente, incluso por un momento renunciar. Cuando logro hacer fotografías por primera vez fue gracias al permiso de la máxima autoridad del lugar, ya que aquí los viejos son los que lideran a los demás y se hace lo que ellos digan, así que desde los más jóvenes debían acatar esta orden, para él el pasar todo esto le fue enseñando y fue aprendiendo a ver las cosas de forma diferente, ver como y porque actuaban así las personas, también en muchos lugares el pensaba que aún seguían con las tradiciones y con su adoración a los santos, pero se llevó una sorpresa al ver que no era así, que había dejado atrás a muchos santos que no creian que habian ayudado como ellos esperaban, mientras realizo el libro pudo darse cuenta de la miseria en que vivían las personas, en algunos casos hasta llegaron a amenazarme que se fuera porque la gente le tenía rechazo, era visto como el opresor, en alguna ocasión, le pidieron que pagara por las fotos que hacía, aunque tenía permiso; no era en lo absoluto fácil fotografiar.
 
Aprender a no fotografiar fue una de las enseñanzas que Raúl Ortega sacó de los indígenas. Le impidieron usar la cámara. Veía hechos que lo emocionaban, pero tenía prohibido sacar la cámara. Era muy desmoralizador. Lo primero que vio fue la miseria, una miseria de siglos. Muy pronto entendió el porqué del rechazo y de la desconfianza. ¿Por qué iban a dar su rostro si a ellos se lo habían quitado? ¿Qué expresión podían mostrarle a la cámara que no fuera la de los estragos causados por siglos de vejaciones y malos tratos?
El respeto a los ancianos resultó impresionante. Los viejos son los que mandan, y si ellos dicen que no, es no. Los jóvenes podían aceptarlo y dar el impetuoso “sí” de sus escasos años, pero si un viejo emitía un no, era no, sin explicaciones.
Como las fiestas duran varios días, la convivencia resultó un aprendizaje muy valioso. Raúl descubrió que sus retratados tenían otra manera de ver la vida, otro manejo del tiempo que él había vislumbrado antes, cuando se organizaron las mesas de trabajo para redactar los Acuerdos de San Andrés. De ellos, Ortega aprendió a cuidar la tierra, a venerar a los muertos, a resistir. Le impresionó su forma de comulgar con el cielo, la naturaleza y su postura digna ante el despojo y la injuria.

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